20090619

Sísifo y la relatividad.

Lidio Mosca Bustamante

Sísifo, exhausto, limpió el sudor de su frente con el dorso de la mano y se dispuso a descansar un momento sentándose sobre una roca. Miró la cima de la colina y la piedra de mármol que no podía empinar hasta allí, mientras calmaba, lentamente, su respiración ahogada. Como el sol ya había requemado su piel, todo su cuerpo, cubierto de sudor, lucía un tinte canela relumbrante bajo la luz del mediodía.
Pensó con profunda nostalgia en la pérdida de su reino de Corinto: había construido con inigualable tesón la espléndida ciudad y hubiese podido reinar en ella para siempre. ¿Qué lo había llevado a traicionar a Zeus? ¿Por qué no se abstuvo de hacerle saber al dios Asopo que aquél le hubo robado su hija Egina?
Así se lamentaba mientras se ponía de pie y afirmaba las manos contra la piedra y los pies sobre la tierra árida. Poco a poco subió dando pasos cortos, obligado a detenerse por momentos y cambiar la posición. A veces le era conveniente apoyar la espalda sobre la gran masa esferoidal de mármol y los pies por los talones en la áspera tierra. Con las palmas de las manos, ardientes, impedía así la caída. Después le era necesario girar por completo y asir la roca de frente para lograr un pequeño avance. Medía con gran destreza la reserva de sus fuerzas y respiraba con cuidada economía para lograr la empresa.
Giró la vista: apenas le quedaban dos o tres metros hasta la cumbre. A causa de la inclinación no podía hacer un cálculo exacto de la distancia. Un haz de luz se reflejó sobre el pedregal y tuvo que cerrar los ojos. Ese instante lo desconcentró, las piernas le temblaron; a duras penas consiguió evitar ser arrollado por la pesada masa que se despeñó una vez más. La vio rodar con gran estrépito hasta el valle, levantando nubes de polvo, cuesta abajo y, finalmente, quedarse quieta, insolente, invitándolo en silencio.
Regresó a la llanura no sin esfuerzo, maldiciendo a Zeus por haberlo enviado al averno. Una mezcla de odio y tristeza le carcomió las entrañas. Cubrió el rostro con las manos para ahogar la explosión del llanto: el sufrimiento al que estaba condenado era demasiado, para él. Qué curiosa su naturaleza: en una oportunidad encadenó a Thanatos y detuvo la muerte en la tierra, pero no era lo suficientemente diestro para empinar la piedra en la colina. Luego quiso recordar cuánto tiempo llevaba prisionero en ese infierno, cuando vio llegar un hombre de mediana estatura y cuerpo de atleta.
-Soy Ofísis -dijo, a modo de saludo.
-¿Quién te envía? ¿Zeus?
-No. Soy un espíritu libre. No tengo dioses que me puedan ayudar ni condenar. Estoy dando un paseo por aquí.
El visitante vestía atuendo blanco, con el pecho descubierto y sólo cruzado por una banda de cuero con remaches de metal. Lucía espléndidas sandalias y en sus antebrazos muñequeras adornadas con bordes de plata.
-Esa piedra te tiene mal...¿no?- lo miró a los ojos. Llevó su mirada luego a la mole de mármol y, finalmente, a la cumbre.
-Por qué negarlo -contestó-. dicen que después de que Zeus me castigó soy famoso, que sirvo de escarmiento y ejemplo para millones. Además, aseguran que nunca podré cumplir la penitencia.
-¿Me dejas que te ayude?
La pregunta sorprendió a Sísifo. Sonrió irónicamente y miró de la cabeza a los pies a Ofísis.
-Si te crees lo suficientemente fuerte y hábil para hacerlo, inténtalo -y se cruzó de brazos esperando la acción del retador.
Se llevaría un chasco. Él, Sísifo, había estudiado los caminos posibles hasta la cúspide y ninguno era ventajoso, por el contrario, la irregularidad del terreno presentaba zonas de tierra blanda en las cuales se hundía la colosal bola de mármol, y otras rocosas sobre las cuales resbalaba. Asimismo conocía en detalle los accidentes de la superficie de la misma piedra, sus diversos realces y asperezas, los motivos por los que se trababa a cada instante.
Ofísis miró la imponente masa y luego puso la vista en la montaña. Se quedó parado a unos tres metros de la piedra, concentrado y preparándose para el desafío. Después de unos segundos afirmó las manos sobre la superficie de la esfera y, con lentitud, avanzó hacia arriba como podía. Parecía que la tarea le era tan difícil como a Sísifo. Éste, por su lado, pensó que no tenía más que esperar hasta el último momento del ascenso; sabía por experiencia que, en el mejor de los casos, en los pasos finales se desmoronaría. Mientras Ofísis luchaba denodadamente Sísifo descansaba, se divertía, y olvidaba, por el momento, sus pesares. Así fue pasando el tiempo y, cuando la roca y el hombre llegaron al lugar crucial, Sísifo se puso de pie para ver mejor la caída de ambos... (¿cómo continúa? jaja)


(para conocer su final comunicarse con el autor: estebanmosca@gmail.com)

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